REINAS NEGRAS

REINAS NEGRAS

El ciclo denominado como “Reinas Negras”, es un reducido conjunto de esculturas realizadas en los inicios de los años cincuenta que, en palabras del artista, “fue el principio” de su conocido trabajo escultórico en la forja.

A comienzos de los años cuarenta, Martín Chirino, por voluntad paterna, trabaja durante un par de años en los buques del Puerto de la Luz. Son continuos sus viajes a estos territorios de extrañeza que tan fértiles han resultado para el arte de nuestro tiempo, como fueron los realizados a la costa africana de Marruecos, Sahara, Mauritania, Senegal, Guinea Ecuatorial para aprovisionamiento de los barcos.—África estará presente, por lo menos, en dos de sus ciclos escultóricos, el de las Reinas Negras, a mediados de los cincuenta, y el del Afrocán, a mediados de los setenta—

Más allá de la voluntad africanista, como huella que viene del arte de comienzos del siglo, Martín Chirino se adentra en la aventura de crear un arte abstracto, sin concesiones, al tiempo que busca instaurar su obra muy cerca de la naturaleza, inmersa en ella, a pesar de la distancia que imponía aparentemente la abstracción. Las Reinas Negras son las primeras esculturas con las que Chirino se aparta de la figuración tradicional. Y, junto a elementos encontrados, maderas y piedras poco nobilizadas, Chirino parece adoptar en aquel tiempo algunos consejos de Ferrant en el uso de ciertos materiales de su entorno, las maderas del pinsapo o limonero, la piedra volcánica del lugar que habita como es la piedra basáltica roja del Barranco de Balos, o la humilde hojalata, hierro y cristal en otras, conservando en muchos de estos materiales una cierta raigambre telúrica y ancestral, algo que puede relacionarse también con un cierto declarado espíritu panteísta que Chirino recuerda le embargó, silencioso, desde su infancia.

Esculturas llenas de elegancia vertical, como aquellas piezas africanas en las que encuentra su inspiración, y a las que homenajea con el título de la serie; esculturas que no dejan de sorprender por su fragilidad aparente y su dureza elegante de cierto cruce aborigen.

Esta mirada africana interesó mucho a sus contemporáneos, y así Manolo Padorno, en su libro Oí crecer las palomas, de 1955, por ejemplo, le rendirá homenaje.

BLACK QUEENS (REINAS NEGRAS)

The cycle known as “Black Queens” consists of a small series of sculptures created in the early nineteen-fifties, which, in the artist’s own words, “constituted the beginning” of his well-known sculptural work using wrought iron.

In the early nineteen-forties, Martín Chirino worked for several years at the shipyard of Puerto de la Luz at his father’s behest. He undertook repeated trips to those strange lands that have been so fertile with regard to the art of our time, namely the African coasts of Morocco, the Sahara, Mauritania, Senegal and Equatorial Guinea to maintain the ships. And Africa was to feature in at least two of his sculptural cycles, namely Black Queens (Reinas Negras) in the mid-fifties and Afrocán in the mid-seventies.

Over and above any Africanist intention, a remnant of the art of the beginning of the century, Martín Chirino embarked on the adventure of creating a form of abstract art, one without concessions, whilst also seeking to place his art very close to nature – immersed in nature you might say – in spite of the apparent distance imposed by abstraction. Reinas Negras are the first sculptures in which Chirino departs from traditional figuration. In these works, in addition to materials that have been found, such as wood and unrefined rock, Chirino appears to take on some of the advice he was offered at the time by Ferrant regarding the use of certain materials to be found in his surroundings, such as Spanish fir or lemon tree wood, volcanic rock from his local area such as the red basalt stone of Barranco de Balos, or humble materials such as tin, iron and glass in other works. In many of these pieces he preserves the telluric and ancestral qualities of the materials, something that can also be linked to the self-declared pantheistic spirit that Chirino recalls had silently taken hold of him since he was a child.

These sculptures are full of vertical elegance, just like the African pieces that inspired them, which he pays homage to in the title of the series. These works are astonishing for their apparent fragility and elegant toughness, betraying a certain aboriginal influence.

This African perspective was of great interest to the artist’s contemporaries, and Manolo Padorno, for example, duly paid homage to him in his book Oí crecer las palomas (“I Heard Doves Grow”), published in 1955.

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